Martinica es como pocas islas en el Caribe porque en esta tierra de sabroso mar y mucha naturaleza se siente en el aire un indiscutible aire europeo. Además del idioma y las costumbres, hay cierto orden que la distingue de otras islas respecto a la cotidianidad y asuntos oficiales, pero su gente es cortés, alegre y muy amigable.Hasta el momento, Martinica se ha mantenido bajo el radar, aunque por mucho tiempo ha sido el escape favorito para europeos y canadienses, aunque recientemente se está abriendo al mundo con conexiones y vuelos directos desde diferentes puntos de Norteamérica que hacen el viaje a esta joya de las Antillas Francesas mucho más fácil.
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Foto por Uncommon Caribean
El turismo está más desarrollado al sur del destino con una gran variedad de hoteles, increíbles playas, atracciones históricas y excelentes restaurantes. No está mal dedicar una primera visita para relajarse, disfrutar de los paisajes y la gastronomía. Martinica es Francia entre palmeras y Mar Caribe, la comunicación resulta un reto porque fuera de contar y los colores no hablo francés, pero el comunicarse con gestos hace todo más interesante.
Mi primera parada fue el Hotel Bakoua, justo en Les Trois-Islets, y casi no llego a mi habitación por el llamado de la playa justo en frente. Por supuesto, me tomé un momento para disfrutar el coctel autóctono Ti Punch, ron, limón y caña de azúcar, antes de disfrutar del mar. La llegada de la noche me alejó del agua para dirigirme al salón comedor de Le Chateaubriand, con sus increíbles vistas a la Bahía Flemings y los picachos Pitons Du Carbet. La comida en Martinique la toman tan en serio como en Francia y es mayormente una mezcla de sabores y técnicas francesas y creole donde sobresale el pescado y mariscos.
Vista desde el Hotel Bakoua
Tras la cena visitamos Creole Village, convenientemente a pocos pasos del hotel, donde se puede hacer un poco de bar hoping. Durante el día aquí se encuentra una exquisita repostería al estilo francés y varias galerías de arte interesantes. Por sus convenios comerciales, en esta islita se consiguen fácilmente exquisitos quesos franceses y champaña hasta en el más modesto quiosco de playa.
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Martinica fuera del agua
La exploración de Fort-de-France es un requisito. Esta es la capital alterna, ya que en 1902 St. Pierre, la original, fue destruída por la erupción del volcán Mt. Pelée, inactivo hoy en día. La ciudad en el puerto es pequeña, por lo que se puede recorrer fácilmente en poco tiempo y está diseñada alrededor de Place de la Savane, la respuesta de Martinica al Parque Central de Nueva York.
El paseo para descubrir impresionantes edificios históricos como el Fort y Catedral Saint Louis puede prolongarse con paradas por una Biere Lorraine, la cerveza nacional que resulta ideal para combatir el calor. Los martinicos han expresado su disgusto con la Emperatriz Josefina, natural de la isla y quien se convirtió en la primera esposa de Napoleón Bonaparte, al consistentemente decapitar una estatua en su honor en una de las plazas, otras vistosas efigies salpican la zona. Fuera de este detallito, los locales son un encanto y muy amables.
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Un infaltable en este recorrido citadino es la Biblioteca Schoelcher, un hermoso edificio al estilo romano bizantino que fue parte de la Exposición de París de 1889 y luego desmantelado y transportado a la colonia. El lugar cuenta con una extensa colección de libros y documentos.
Mi caminar me llevó al Mercado Cubierto, Marché Couvert, donde una explosión de colores, sabores y olores te da la bienvenida. Uno que otro suvenir cursi se ha colado entre las ofertas, pero frutas, miel, jarabes y especias son los productos más populares. Las calles del downtown son estrechas y algo bulliciosas, pero muy pintorescas. Tras el paseo citadino me di una vuelta por el Jardín Botánico Balata, para reconectarme con la naturaleza. Aquí se encuentran más de tres mil especies de plantas y flores tropicales entre un paisaje con estanques y banquetas para disfrutar la exuberante vegetación.
Martinica como una reina
La llegada vespertina al lujoso Cap Est Lagoon Resort & Spa, al este, fue una delicia. El hotel es uno de los dos hospedajes cinco estrellas en la isla y cuenta con playa privada. Los predios son hermosos y es casi obligatorio explorarlos. Las suites en este pacífico sector de Le Francois son puro lujo con piscina y terraza privadas y con exquisita decoración. La noche terminó con una deliciosa cena en el restaurante distintivo Le Belem, que cuenta con una increíble bodega de vinos franceses.
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Vista desde Cap Est Lagoon Resort & Spa
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Mientras que estaba convencida que las vistas desde mi piscina privada serían difíciles de superar, la Tina de Josefina es simplemente sensacional. Cuenta la leyenda que Marie-Joseph Rose Tasher de la Pagerie, o Josefina, acostumbraba dirigirse a un banco de arena entre dos islitas costa afuera a disfrutar baños de mar. Tal vez se trate de un cuento de pescadores, pero la realidad me sentí de la realeza entre la claridad del agua y el paisaje circundante.
Diferentes operadores llevan a turistas hasta el paraje de agua poco profunda y suave arena, desde embarcaciones pequeñas hasta catamaranes de lujo. Nuestra expedición incluía una parada en Ilet Oscar, un islote privado con acomodaciones de B&B que ofrece almuerzo y cena. Aunque se trata de un ambiente muy rústico, es imprescindible hacer reservaciones. El almuerzo se basa mayormente de mariscos, granos y arroz. Pero la consistente brisa es factor clave en la sobremesa. Felizmente pasé buena parte de la tarde mirando botes pasar.
Vista desde Ilet Oscar
Aunque hubiese deseado detener el tiempo, el día continuó su marcha y ya era hora de regresar a Le Francois. De camino, nos detuvimos en la Habitation Clement, destilería del ron Clément. Una visita ofrece la oportunidad de ver una plantación, los orígenes del ron en Martinica y una vivienda creole auténtica. Los jardines están poblados por interesantes esculturas y el tour es muy informativo. Por supuesto, al terminar la parte educativa, la degustación de sus variados productos puede consumir buena parte del paseo.
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La isla cuenta con el Museo de la Pagerie que, a pesar de los sentimientos de los isleños con la Reina Josefina, preserva la historia de la notoria figura. Es un infaltable pasar una noche en la villa pesquera Saint Luce, donde en plena calle se cuela la música y el baile en medio de la semana, la experiencia más caribeña más allá del mar y el calor. Durante todo el año hay una variedad de festivales y celebraciones como las regatas en enero, carnaval en febrero, competencias de surf en abril y festivales gastronómicos y culturales entre medio. La temporada seca de diciembre a abril es la más recomendada para visitar.
Martinica, un paraíso que hasta ahora parecía escondido.
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